martes, 23 de septiembre de 2008


(Colección de microcuentos) José Manuel Fernández Argüelles

Sonidos

Los suspiros y gemidos sonaban acompasados, rítmicos, a través de la pared; eran como un canto contenido a duras penas que sorteaba con limpieza la barrera de ladrillos, cemento y pintura con la que se construyen los tabiques. Juan deseó que aquel sonido, que ganaba poco a poco en intensidad, no se detuviera nunca.


Víctimas

El día había llegado a su fin, y el grupo de armados cazadores, en torno a un improvisado fuego, contaba las piezas abatidas. Eran múltiples codornices. Cientos de esas aves estaban muertas y alineadas en filas sobre el suelo a la luz de la hoguera. Uno de los cazadores, alzando su rifle, ahora descargado, dijo: "¡Es tan fácil como, en otras partes, matar hombres!".




Sorprendido.

Perdí mis pocas monedas en el trayecto de casa a la parada del autobús. Lo descubrí cuando las busqué en el bolsillo del pantalón y noté que no lo llevaba puesto. Asustado, quise cubrirme con la chaqueta, pero esta tampoco la tenía encima. Entonces pretendí quitarme la corbata, pues nada me desagrada más que llevar esa prenda sin chaqueta, pero resulta que tampoco tenía corbata. Inmediatamente, sospechando lo peor, miré hacia mi pecho y descubrí la ausencia de la camisa. Así me hallé, en medio de la calle, a la altura de la parada del autobús, sorprendidamente desnudo.


Poemas de amor

El tonto del pueblo gritaba poemas de amor a inventadas damas que se imaginaba en los balcones de algunas casas.


Un día.

Me preguntas si es largo un día, y yo te digo que es interminable, que no tiene fin predecible, que no hay medida que lo abarque. Todas las mariposas de la noche lo saben.